SIENTO el crepúsculo en mis manos. Llega a través del
laurel enfermo. Yo no quiero pensar ni ser amado ni ser
feliz ni recordar.
Sólo quiero sentir esta luz en mis manos
y desconocer todos los rostros y que las canciones dejen de
pesar en mi corazón
y que los pájaros pasen ante mis ojos y yo no advierta que
se han ido.
Hay
grietas y sombras en paredes blancas y pronto habrá más
grietas y más sombras y finalmente no habrá paredes blan-
cas.
Es la vejez. Fluye en mis venas como agua atravesada por
gemidos. Van
a cesar todas las preguntas. Un sol tardío pesa en mis manos
inmóviles y a mi quietud vienen a la vez suavemente, como
una sola sustancia, el pensamiento y su desaparición.