Thursday, July 12, 2018

Letters in Books: El tiempo regalado


Por fin me hago con uno de los Libros del asteroide. No es sólo que los libros de este sello editorial tengan un diseño bonito con sus dos colores y tipografías; es que me gusta la visión que tiene Luis Solano y el irresistible reclamo de su catálogo: hacer una apuesta audaz e independiente por los "clásicos modernos".

Mi estreno fue El tiempo regalado (2018), de la periodista suiza Andrea Köhler, traducido por Cristina García Ohlrich. Llegué a él después de verlo recomendado en redes sociales y la lectura fue un arroyo fresco en estos días de sol. 

Köhler pone a prueba nuestra paciencia paseándonos por un elogio demorado de las transiciones, de los intermezzos de fantasía que preceden al kairós, el instante feliz (p.138). En una era en que nos irrita el "Por favor, no cuelgue", el "Downloading, 35%..." o el "Escribiendo...", Köhler destripa todos los elementos que entran en juego en el arte de esperar: el dolor, la "coreografía de la pérdida" (p.36), la exclusión, las relaciones de poder, el horror vacui, el ennui que Cioran describía tan poéticamente ("El vacío del corazón ante el vacío del tiempo" (p.67)), e incluso las más trascendentales cuestiones de la enfermedad y la muerte. 
"Esperar es una lata. Y, sin embargo, es lo único que nos hace experimentar el roer del tiempo y sus promesas" (p.11) 
"Sin duda, la pausa más misteriosa de nuestra vida es el sueño, que cada noche nos permite ensayar esa espera de la que algún día no despertaremos" (p.13) 
"El que espera se encuentra en una extraña posición: atado al potro del tiempo, es la propia alfombra roja del Elíseo de la expectativa, la que añora los primeros pasos. Así, esperar es hacerse amigo de la paradoja" (p.17) 
"Esperaba, ante mí un café, y a la espalda, los buques fantasma de las horas dilapidadas" (p.63)
"En el mejor de los casos la espera será tiempo regalado, aunque la mayoría de las veces sea simplemente tiempo perdido; sin embargo en la espera el tiempo se convierte siempre en algo palpable" (p.58)
Nos recuerda que la fruta madura a su tiempo (no al nuestro), que los horarios son algo reciente, que en los viajes el trayecto cuenta y que las transiciones también son vida. Percibimos la brutal necesidad de entrenarnos en la paciencia y en la dramaturgia de la espera (p.26), en esa  "suerte de presente insoportable" (p.27)  del que hablaba Kafka: "Y es que las sirenas que con su canto cautivador conducían hacia el abismo a los primeros viajeros que se aventuraban lejos tienen "un arma mucho más temible que su canto, que es su silencio" (p.31)

El libro es de longitud modesta pero lleno de alusiones y referencias eruditas (Beckett, Dante, Homero, Proust o Cioran entre otros) que nos deleitan en esta gira por todos los ámbitos de la espera, desde los más mundanos en la sala del médico o en el andén de una estación, hasta los más decisivos de los condenados que aguardan su ejecución o de los que esperan el amor.
"Desde que existe el servicio postal, esperar una carta es la expresión de un anhelo imposible de satisfacer. Pues el camino que recorrían los folios escritos formaba parte de la carta, así como el tiempo que permanecía en los buzones, el lapso que le llevaba llegar por barco, tren o avión a su destino. El sistema de comunicación epistolar era ante todo morada del tiempo postergado. También el carácter táctil de una carta, el papel, la letra de pluma, o quizá las manchas de tinta, el sobre, que ennoblece cada misiva y la convierte en potencial agente secreto, pertenecían a ese cruce de espacio y tiempo" (pp.79-80)

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