"Quien está vivo y no puede con la vida necesita una mano que aparte un tanto la desesperación que le infunde su destino"
KAFKA
Diarios, 19 de octubre de 1921
"Charlotte aprendió a leer su nombre en una tumba" (p.13). Así, bruscamente y sin preámbulo alguno, te arroja David Foenkinos en la vorágine que fue la vida de Charlotte (2015).
Traducido por María Teresa Gallego Urrutia y Amaya García Gallego |
¿Cómo se cuenta una biografía que es "una secuencia de dramas" (p.13)? No es tarea fácil. Foenkinos nos confiesa en el propio texto como llegó a la solución final:
"No conseguía escribir dos frases seguidas.
Me quedaba varado en todos los puntos.
Imposible progresar.
Era una sensación física, una opresión.
Sentía la necesidad de poner punto y aparte para respirar.
Entonces caí en la cuenta de que había que escribirlo así" (p.66)
Charlotte alterna entre la novela y el ensayo, con extractos de historia y de la búsqueda del personaje, desdibujando los límites entre la ficción y la no ficción, entre la realidad y la interpretación, escondiendo entre líneas a Charlotte Salomon:
"En mi obra de teatro, yo era todos los personajes.
He aprendido a tirar por todos los caminos.
Y así me convertí en mí misma" (p.172)
Una Charlotte de corazón culpable, soledad aprendida y heridas enterradas. Una niña que creció con la muerte como "estribillo incesante" (p.32) de sus "Breves ratos de vida entre los deseos negros" (p.25) y así aprendió a "sonreír y sufrir al mismo tiempo" (p.35) porque "Hay dolores que nunca pasan" (p.20).
"Pero ¿existen palabras que atenúen el odio ajeno?
Charlotte se ensimisma aún más.
Lee sin parar, sueña cada vez menos.
En esa temporada es cuando entra el dibujo en su vida" (p.55)
Y mientras ella acumula libros y recuerdos por dentro, compartiendo visiones de Nolde, Chagall o Van Gogh, palabras de Mathias Claudius o notas de Schubert, la melancolía va penetrando en nuestro interior como la humedad de un día de otoño. Tropezamos en la historia, con esos puntos que son stolpersteine que nos deslumbran con el brillo de hogueras que queman libros o nos hacen resbalar con la humedad de los escupitajos arrojados contra obras maestras. Mejor centrarnos en Charlotte y no "desperdigar la mirada para acabar por perderla" (p.56).
"Las palabras no siempre necesitan un destino.
Se les permite detenerse en las fronteras de las emociones" (p.85)
Acumulen el aire, señores, porque aunque aparenta tener la cadencia de una nana susurrada, Foenkinos les va a mostrar a Salomon "arrancándose el corazón con desenvoltura" (p.121) mientras el pathos sólo da la tregua de los puntos aparte.
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