CARTA DE LAS MUJERES DE ESTE PAÍS
Aquí estamos, con la espuma en la mano frente a los trastos,
escuchando el sonido de la sangre. A través de la ventana, la luz de la luna ilumina
los metales y las pompas de jabón. Estamos ya viejas y recordamos cosas frágiles.
Todas nosotras estábamos allí. Nos dejaron vivas para que pudiésemos
decir las manzanas podridas. También para que susurremos
mientras gotean nuestros dedos: “No nos arrebataron el amor”.
Quisiese que el dolor se fuese como se va la grasa por el sifón.
Pero el dolor está ahí como un hijo creciendo adentro nuestro.
El dolor nos dice: “Hijas mías, mirad cómo han mudado de alas”.
Hay brillo en las cucharas y los tenedores, pero el recuerdo, el dolor,
el apellido de nuestros hombres aún sigue latiendo entre las manos.
Mientras lavamos una olla, un sartén, un colador, hay una que imagina
bañar y acariciar el pecho, las manos, los pies de su hombre.
Son otros los que hacen la guerra, pero somos nosotras las que cargamos
las carretillas de lodo de un cuarto al otro.
Entre nosotras y el grifo de agua, la luna y nuestros difuntos cantando.
No nos marcharemos sin más. Vamos a lo profundo del misterio.
Buscamos en el humilde jarro de nuestro pozo las palabras más sencillas
para decir con exactitud la costilla rota, su mano tronchada, sus ojos abiertos y quietos.
Cuánta pena hay en esta tarea diaria de lavar los platos, los vasos, nuestras sílabas.
La guerra tiene el nombre de un varón, pero la memoria, las vocales temblorosas de una mujer.
Nadie mejor que nosotras lo sabemos: “Todos somos culpables en la pesadilla”.
Y no hablar, lo creemos casi doblando las rodillas, es morir frente a los hijos.
Ninguna se oculte en la casa limpia, ninguna diga nunca, ninguna deje de desollar el alma.
Aquí estamos las mujeres de este país sacándole brillo a nuestros muertos.
Aquí estamos las mujeres de este país edificando con espuma
el amor. Aquí estamos las mujeres de este país
con la luna entre las manos.
–
LETTER FROM THE WOMEN IN THIS COUNTRY
Here we are, foam in hand facing the kitchenware,
listening to the sound of blood. Through the window, moonlight brightens
the metal and soapsuds. We’re old now and remember fragile things.
All of us were there. They let us live so we could
talk about the bad apples. And so we’ll whisper
“our love wasn’t snatched away,” while our fingers drip.
If only pain went like grease down a drain.
But pain is there like a child growing in our insides.
Pain tells us, “My daughters, look how your wings have molted.”
There’s a shine to the spoons and forks, but memory, pain,
the last names of our men still pulse in our hands.
While we wash a pot, a frying pan, a strainer, there’s one of us who daydreams
about bathing, caressing the chest, hands, feet of her man.
Others wage war, but we’re the ones who push
the wheelbarrows filled with mud from one room to the next.
Between us and the water faucet, the moon and our dead singing.
We won’t just leave. We’ll go to the depths of mystery.
In our well’s humble jug we’ll seek out the simplest words
to give a precise name to the broken rib, their busted hands, their open, still eyes.
How much sorrow there is in this daily chore of washing dishes, glasses, our
………syllables.
War has a man’s name, but memory, the trembling vowels of a woman.
No one knows it better than us: “In the nightmare all of us are guilty.”
To not speak, we believe it almost on our knees, is to die in front of the children.
None of you hide in a clean house, none of you say never, none of you stop
………skinning your souls.
Here we are the women in this country polishing our dead.
Here we are the women in this country building love
with foam. Here we are the women in this country
moon in hand.
TRANSLATED BY KATHERINE M. HEDEEN
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