Antonio Seijas (de quien ya hablamos en esta entrada) presenta en su tercer cómic, La luz (2014) una historia que se yergue desde la sencilla base de unas cartas de tarot a una lente compleja que es la deconstrucción/reconstrucción de una vida, LA vida, con sus decisiones, frustraciones, culpa y vergüenza.
La ambientación es meticulosa, los diálogos, poéticos y el relato, íntimo. Las emociones las genera tanto el texto como el arte brillante y limpia de las ilustraciones con su gradación de colores. Capítulo tras capítulo, incongruente como la vida misma, va girando la historia con aleteos catóptricos de un corazón que dura lo que dura la caricia del haz de luz de un faro. El faro despliega así toda su simbología como emblema de esperanza: Explosiona en blanco luminoso, arde en llamas o se tiñe de negro, pero sigue ahí, permanece.
La luz es un retrato doloroso, profundo y rico de la tristeza, esa reina de corazones que ordena sin piedad la pena de muerte a la menor ofensa. Distorsiona y desdibuja los bordes de los personajes, no dejando nunca que acaben de mostrarse totalmente perfilados, como una especie de trabajo en construcción. ¿No es eso, a fin de cuentas, lo que somos todos?
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