Monday, December 18, 2017

Letters in Books: Invierno en Viena

No es un cliché. La mires por donde la mires, te cautivará. Viena fue esplendorosa en los siglos XIX y XX a nivel musical, filosófico y cultural. En el XXI conserva casi intacta la colección que los Habsburgo hicieron de palacios, museos y piezas artísticas además de tener una vida cultural burbujeante. En la ciudad podemos rastrear a Napoleón, Wittgenstein, Sissi, Otto Bauer, Francisco Fernando, Freud, Harry Lime o los espías de la Guerra Fría. Si la majestuosidad de sus edificios te abruma de repente, puedes mirar abajo pero no tendrás descanso: los Stolpersteine te recordarán a judíos, gays, socialistas o gitanos enviados a la muerte en el Holocausto. Nada se deja a la casualidad en la ciudad que ni de su feísmo se avergüenza, organizando tours para mostrarlo sin ambages.










Una historia rica, cafés más que decentes y arte a borbotones te harán sacar la libreta para apuntar sitios para tus sucesivos viajes a la ciudad caleidoscópica que acompasa su vals perpetuo a los cambios de tonalidad del Danubio.

Y si no podemos visitarla en persona, siempre podemos hacerlo con la imaginación. Invierno en Viena (2017) traducida del alemán por Richard Gross, es una opción. Petra Hartlieb (1967) es la autora de este texto. Estudió Psicología e Historia y trabajó como periodista y crítica literaria. En 2004, reabrió junto a su marido una antigua librería vienesa que siguen regentando en la actualidad, experiencia que reflejó en su exitosa Mi maravillosa librería.



Este libro fue una experiencia metaliteraria desde su llegada misteriosa en sobre acolchado, con sellos de madera, envuelto hermosamente y acompañado de una nota con caligrafía cursiva "pulcra y florida" (p.53) de trazo continuo. La recomendación: leerlo en las vacaciones en un entorno nevado. Pero la impaciencia me ganó el pulso y no pude esperar. Con esa portada y ese título, tú tampoco te resistirías.

La novela efectivamente nos cubre de "copos gruesos e incesantes" desde el primer momento (p.9) y nos pasea por las calles de Viena: Währing, Tuchlauben, San Esteban, el Palacio Imperial, los grandes museos, Leopoldstadt, el Sacher, el café Imperial, la iglesia Votiva, Ringstrasse, o el Hofburgtheater. 

"Llevaba ya tres años en Viena, pero no se cansaba de contemplar la grande y fastuosa arquitectura de la ciudad. En su pueblo lo único grande era el campanario en torno al cual se agrupaban las casas, bajas y achatadas, como si se humillaran ante la Iglesia. Aquí, en Viena, cualquier casa de vecindad era tan alta como un templo, y un edificio administrativo tenía la suntuosidad de un palacio" (p.32)

"¡Qué suerte tenía de vivir en una ciudad así, en medio de esos edificios lujosos, los numerosos teatros, aquella gente culta!" (p.89)

La ciudad cobra tanta más importancia en comparación con el mundo rural de donde proviene Marie,  la protagonista. Es un mundo de escasez y pobreza (p.20) con un dialecto diferente, que enseguida se ve forzada a disimular (p.12).

"Todo el estudio había sido en vano; en vano habían sido los deberes que hacía con aplicación tras las largas jornadas en el campo, sentada a la mesa de la cocina y empeñada en pasar a limpio las frases con esmerada caligrafía o en alinear pulcramente las columnas numéricas mientras se le cerraban los ojos de cansancio" (p.25)

Apuntalando el hilo argumental, que gira en torno al trabajo y al primer amor de Marie en la ciudad, está el amor por los libros. No sólo encarnado por Marie, sino también por Friedrich Stock, Oskar Novak, Arthur Schnitzler y hasta Anna.

La primera visita a una librería adquiere tintes casi religiosos, como si fuese un templo: "En la tienda había un calor agradable; una luz amarilla se proyectaba sobre las altas estanterías, llenas hasta el tope" (p.34)

Lo mismo ocurre con los propios libros que se consideran como objetos sagrados por su presencia física (el peso, el olor) y por las palabras que contienen:

"... abrió el paquete con pulso tembloroso. Era un libro. ¡Le habían regalado un libro! Sus manos se deslizaban sobre la encuadernación marrón, palpando el áspero papel. Nunca había recibido un regalo tan valioso (...) Cayó en su regazo una cartita" (p.53)

"Cada noche, a la luz de su pequeña lámpara, Marie leía el libro que descansaba sobre la mesilla. A pesar de no entenderlo todo, las frases la hechizaban, las palabras parecía elegidas con sumo acierto. Todas estaban en el lugar preciso y apropiado" (p.55)

"A veces, cuando todos habían salido, entraba a hurtadillas en el estudio del señor. Contemplaba la estatua de la mujer sin brazos y de pechos desnudos que había al lado del escritorio, los cuadros enmarcados y las estanterías repletas. Leía los títulos en el lomo de los libros, sacaba furtivamente algún que otro tomo, lo abría y enseguida lo devolvía a su sitio" (p.56)

"... en lugar del dinero le puso sobre el mostrador un librito. Encuadernado por él mismo y con una sola frase: "¿Viene usted a tomar un café conmigo?" (p.84)

"Y desde que sabía leer, es decir, desde que tenía uso de razón, metía la nariz en cualquier libro que pasara por sus manos" (p.86)

Invierno en Viena se vende como "una encantadora versión de 84, Charing Cross Road narrada por Charles Dickens", un delicioso y cautivador cuento de navidad. Es difícil reproducir la alquimia del prototipo narrativo dickensiano y su carga social, apenas perfilada en Invierno en Viena, pero aún así las conexiones son innecesarias. El libro tiene peso por sí mismo. Es sensible, sincero; un glühwein que entibiará vuestras tardes de invierno. 

"Tratamos de poner orden en nuestro interior de la mejor manera posible, pero ese orden no deja de ser una cosa artificial... Lo natural... es el caos. Sí, el alma... es una ancha tierra, como una vez lo expresó un poeta... O quizá fue un director de hotel" (p.36)

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