Recuerdo escuchar alucinada a la profesora Rosie Miles cuando en la primera clase de Women's Writing nos explicó que si queríamos entender plenamente un texto teníamos que reaprender a leer. ¿Cómo que aprender a leer? Sí. Leer cuestionándose la perspectiva, el acercamiento y las evidencias detrás del discurso del autor. Hacer lo mismo que hacen en ingeniería inversa: desmontar la narrativa en todas sus pequeñas piezas para ver cómo encajan juntas. Un trabajo de entrenamiento para poder dar un paso atrás y hacer una evaluación de cuánto estamos dispuestos a aceptar de lo que leemos.
La lectura del tercer libro de la irresistible colección Centellas que os traigo (para las anteriores, leer aquí y aquí), fue una nueva revisión a una actividad que hacemos de manera tan natural como atarnos los cordones o conducir un coche.
¿Cómo debería leerse un libro? es un ensayo de Virginia Woolf que publicó Hogarth Press en una colección titulada The Common Reader (1925, 1932). Constituye el núcleo para estudiar a la escritora británica en su faceta de crítica literaria. De todos los ensayos, tal vez el más leído, traducido y estudiado sea precisamente ¿Cómo debería leerse un libro?, cuya primera versión fue redactada para una conferencia que dio el 30 de enero de 1926 a las alumnas de un colegio privado de Hayes Court (Kent).
El texto es una delicia desde el propio título, que ya adelanta que no se trata de pontificar ni de dar directrices, sino de fomentar la libertad a la hora de leer.
"El título es una pregunta, ya que va entre signos de interrogación (...) En realidad, el único consejo sobre la lectura que puede dar una persona a otra es que no acepte consejos, que siga sus propios instintos, que use su propia razón, que saque sus propias conclusiones" (p.20)
Aún así, Woolf nos invita a educar el gusto y someterlo a cierto control, ejercitando "las propias facultades creativas" (p. 36) a través de las lecturas.
"Esperemos a que el polvo de la lectura se asiente; a que se apacigüen el conflicto y las preguntas; paseemos, conversemos, arranquemos los pétalos marchitos de una rosa o durmamos. Y así luego (...) el libro volverá, pero de forma distinta" (p. 45)
Leamos novelas, biografías y memorias.
"Leer una novela es arte difícil y complejo. No sólo requiere gran sutileza perceptiva, sino también extraordinaria audacia imaginativa si queremos aprovechar todo lo que el novelista -el gran artista- nos ofrece" (p. 29)
Cuando estemos listos para la inmersión en las profundidades, para la exploración de un campo emocional de intensa fuerza y franqueza y para sentir la embriaguez del ritmo, acerquémonos a la poesía.
"Así surge en nosotros el deseo de (...) disfrutar la mayor sutileza, la más pura verdad de la ficción (...) ése es el momento de leer poesía: cuando casi podemos escribirla" (p.39)
No perdamos de vista el poder que tenemos como lectores, incluso para influir en los escritores.
"Los criterios que expresamos y los juicios que emitimos se filtran en el aire y son parte de la atmósfera que respiran los escritores cuando trabajan" (p. 54)
Seamos lectores exigentes, libres y dedicados.
"... aceptar autoridades (...) en nuestras bibliotecas y permitirles que nos digan cómo leer, qué leer y el valor que hemos de dar a lo que leemos, es destruir el espíritu de libertad que se respira en esos santuarios" (p.22)
"... pocas personas exigimos a los libros lo que los libros pueden darnos" (p.24) prejuicios, expectativas
"Pero las palabras son más intangibles que los ladrillos; leer es un proceso más largo y más complejo que ver" (pp. 25, 26)
Pero, sobre todo, veamos la lectura como una recompensa en sí misma.
"... el Todopoderoso se volverá a Pedro y le dirá, no sin cierta envidia al vernos llegar con nuestros libros bajo el brazo: "Mira, éstos no necesitan ninguna recompensa. No tenemos nada que darles aquí. Han amado la lectura" (p. 56)
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