Tuesday, February 20, 2018

Letters in Books: La colección invisible

¿Por qué coleccionamos cosas? Christian Jarrett decía en un artículo en The Guardian que puede ser que lo hagamos como resultado de carencias afectivas o existenciales. Buscamos el consuelo de acumular posesiones porque la colección, una extensión de nuestra identidad, sobrevivirá aunque nosotros no lo hagamos. 

Si comenzases una colección ahora mismo sabiendo que constituye una extensión de tu identidad, ¿qué artículo elegirías? ¿Zapatos? ¿Arena? ¿Monedas? ¿Sellos? ¿Canicas? ¿Llaveros?  ¿Qué tal una colección de una colección? Te propongo una colección de los libros Centellas, del editor José J. de Olañeta. Son pequeños y bonitos, pero es que además los textos que han elegido son de lo mejorcito. Me gusta también el nombre "Centellas": Luminoso, incendiario, electrificante, breve-brevísimo. De hecho la edición en tamaño tan pequeño permite que si sacas el paquete de pañuelos del bolso, te quepan dos Centellas, para leerlos on the go.

En una anterior entrada os había hablado de El amante de las librerías, del mismo sello editorial. Precioso. Hace poco me comentaba alguien que había elegido regalar libritos de esta colección a todas sus amistades en una celebración. Grandísima idea. Y ahora tengo otro texto de esta colección gracias a un préstamo de Dolores López. ¡Gracias!


La colección invisible (2016), de Stefan Zweig (Viena, 1881 - Petrópolis, Brasil, 1942) es un opúsculo que se publicó en 1929 en Leipzig en un volumen que contenía cuatro relatos titulado Pequeña Crónica. Cuatro narraciones

Zweig una vez más pinta un cuadro realista de la vida en los años de posguerra en Alemania. Sin entrar en los detalles de la extrema pobreza en la que muchos se vieron forzados a vivir, muestra de manera cruda una situación personal y familiar producto de la terrible situación económica y social ocasionada por las reparaciones de guerra impuestas a Alemania en el tratado de Versalles y el hundimiento de la bolsa de Berlín en 1927. 

Es una crónica simbólica del final de una burguesía, un relato tierno, humano y exquisito de una época convulsa. A la vez, es también una crítica abierta a  a la rapiña que sufrieron las obras de arte en Alemania en los años veinte, así como a los nuevos ricos que "se apasionan de repente" por una cosa u otra sin criterio alguno, y desvalijan a los anticuarios "desde el sótano hasta el desván" (pp.22, 23).

Ante todo, es un canto lírico y una veneración al arte y al legado que dejamos en este mundo a los demás, sean veintisiete carpetas de grabados o algo mucho más etéreo y frágil que ilumine nuestras pupilas como un espejo que refleje nuestra luz interior.
"Sus cartas estaban cuidadosamente caligrafiadas, los importes estaban subrayados con regla y en tinta roja, y nunca dejaba de escribir las cifras dos veces para evitar todo error: esta manía, así como el uso exclusivo de hojas y sobres reutilizados, revelaba la pequeñez y la frugalidad fanática de un provinciano incorregible" (p.27)
"Y es que, cuando uno colecciona desde hace sesenta años, acaba reuniendo cosas que no se encuentran en cualquier rincón de las calles" (p.38)
"Sin duda nos hemos portado mal con él, pero no podíamos hacer otra cosa: había que vivir..." (p.52)
Fuente de la imagen: De Alberto Durero - [1], Dominio público 
"Me acordé entonces de una frase antigua y muy cierta - creo que es de Goethe, si no me engaño-: «Los coleccionistas son gente feliz»" (p.76)

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