En distintos momentos de mi vida
he contemplado
la fugaz existencia de un trompo:
remolino de madera,
fusión de aire y manos.
Fríos como pinzas
crean el viento en miniatura,
la energía del sosiego
y los moldes para la utopía
del movimiento perpetuo.
Aunque giren en el suelo
o en la mano,
nadie que creció cerca de un trompo
podrá evadir los códigos ocultos
en su dialecto de espiral.
Su baile es centrífugo:
seres inanimados
que viven por sí mismos.
Para ellos la eternidad es equilibrio,
el tiempo se llama profecía
y danzar significa espectadores.
En distintos momentos de mi vida
he visto morir a un trompo:
debilitarse hasta caer,
volver a empezar.
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