En Juguetes para niños ciegos (2016), Luz Darriba talla sus ambientes y personajes con certeros golpes de cincel como si fuesen esculturas. La casa de los Pena Moura. Un pueblo envuelto en una humedad repugnante. Y Juan y "yo" (José), una "hidra de dos cabezas" (p.120), "Uno con ojos, inhabilitado para ver más allá de sus narices, y otro sin ojos, o con ojos vacíos de posibilidad, que era capaz de verlo todo" (p.13). Un doctor Jekyll y un señor Hyde, o quizás simplemente dos señores Hyde, dos Heathcliffs que se dejan dominar por sus emociones intensas y siniestras.
El sadismo y la maldad van arrancando cruel e insensiblemente las alas de la inocencia, las raíces y la identidad como si fuesen las mariposas torturadas por Juan. Con tanto vapuleo, el lector se despista y ya no sabe con quién empatizar o a quién odiar en la vertiginosa sucesión de maquinaciones cínicas y maquiavélicas en torno a una serie inabarcable de juguetes que nos acaba horrorizando.
La advertencia está clara, y se nos repite: "Desconfía siempre de un animal herido" (p.79). Pero, como José, acabamos percibiendo -quizás demasiado tarde- que para obtener la visión a veces hay que perderla.
"Daba forma a las cosas en su elevado cerebro dotándolas de vida, de la luz que yo no creía haber sabido otorgarles" (p.12)
"Mi padre era una persona parca que disparaba palabras como dardos al arrimo de un mal vino. Un hombre sin carácter que había renunciado a todo: incluso a mí" (p.35)
"Aprendí pronto que las certezas se las lleva el primer viento fuerte y, en ocasiones, basta para arramblar con ellas una mísera brisa" (p.23)
Gracias por una lectura tan exhaustiva y justa. Un saludo. Luz Darriba
ReplyDeleteFue un placer leerte, Luz. ¡Muchísimas gracias por tu comentario!
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