Wednesday, November 8, 2017

Letters in Books: Maus

No controlo mucho de novela gráfica ni la leo a menudo, sobre todo por desconocimiento. De hecho, tengo que dar muchas gracias a mis antiguos alumnos Jontxu Argibay y Eva Blanco por introducirme al género, porque fue a partir de la recomendación de uno y la reseña de otra que redescubrí el género como adulta, a través de V for Vendetta y Persepolis, dos grandes tesoros.

El género tiene una historia más rica y más larga en Japón (manga) o en Francia (bandes dessinées), pero también está tomando impulso en otros países, con escritores y escritoras que se sienten atraídos por las posibilidades que ofrece y la riqueza y la diversidad de los temas que se pueden explorar.

Para leer novela gráfica, creo que lo importante es tomárselo con calma. Puede que parezcan una “lectura ligera”, pero no es así. Tienen poco texto, sí, pero eso no implica que la lectura sea más rápida o superficial, sino que puedes pasarte tu tiempo empapándote del arte que subyace a la elección cuidadosa de palabras. A menudo tienes que releer algunos pasajes o voltear la hoja para entender realmente lo que nos quieren decir el autor y/o ilustrador o captar todos los matices de las imágenes.

La novela gráfica tiene una riqueza ajena a otro tipo de texto, y sólo por eso, merece la pena explorar el género. Aún así, si no os he convencido, quizás lo haga este artículo, o la reseña de Maus, de Art Spiegelman, que fue además la primera novela gráfica en ganar un premio Pulitzer (1992).

Maus es un cómic alternativo serializado desde 1980 hasta 1991 en la revista RAW,  que más tarde se publicó en dos partes (“Mi padre sangra historia” y “Y aquí comenzaron mis problemas”); y finalmente en un solo volumen con el título Maus. A Survivor’s Tale (2007). El volumen que llegó a mis manos, gracias a un préstamo de Alejandro Amor, fue la versión traducida al español por Cruz Rodríguez Juiz (2014).

El libro hace uso de técnicas postmodernistas, entre la que llama poderosamente la atención la representación de la demografía sociocultural como diferentes tipos de animales: los judíos como ratones blancos, los polacos no judíos como cerdos y los nazis como gatos, todos ellos interactuando en una Europa en guerra que no es sino una trampa gigante para ratones. Con este pastiche, Spiegelman nos hace abrazar el pathos y logos de su relato histórico.

Más allá de ser la historia de un superviviente, como se anuncia en el título en inglés, es la anatomía cruel de la legendaria familia judía y sus tensiones inherentes. Lejos queda la perfecta armonía familiar que oculta patologías latentes. En Maus, Artie intenta entender a su padre Vladek a través de su historia vital: ¿Quizás es culpa de “los campos”? ¿Quizás la experiencia en “Mauschwitz” es la solución al enigma de unos padres desamorados? 

Un segundo hilo argumental interrumpe y colisiona con la historia de Vladek: el relato del propio Art, de la escritura del libro, y de la relación entre el hijo americano y el padre polaco superviviente al Holocausto.

El objetivo de Spiegelman es plasmar la historia de su padre con exactitud, con sus taras e imperfecciones, en un relato mucho más humano que muchas de las autocanonizaciones idealizadas por el Holocausto. Al llegar a la última página, no nos cabe duda de que el propósito se ha cumplido. 

A mayores, el segundo hilo argumental que apuntábamos nos implica en el relato de Spiegelman, recordándonos la importancia de escuchar la historia de nuestros padres y abuelos, y su papel indispensable para entender nuestra propia vida actual. La vida de Art Spiegelman se ve afectada por el Holocausto, lo quiera o no, y es insoportablemente duro para ambos, pues cada uno se atrinchera en su posición y no cede ni un ápice. Ni padre ni hijo pueden ver a través de los ojos del otro y sus opiniones se vuelven polarizadas, y quizás por eso siguen siendo ratones en el presente, no hombres.

Maus se alinea con el postmodernismo y esa continua duda de que existan las verdades absolutas y que se puedan identificar; o la concepción de que el pasado no se puede representar de forma exacta. De ahí los recuerdos fragmentarios, carentes de estructura lineal de Vladek, y de ahí también que nosotros cuestionemos la interpretación que Art hace de la historia de su padre. 

Este ahistoricismo y la desconfianza que se nos genera es todo un logro. Además, Spiegelman es un magnífico dibujante, así, en un par de viñetas y con imágenes muy simples pero oscuras, el mundo de la persecución y la tortura se vuelve tridimensional. En lo que respecta a los diálogos, demuestra tener un oído tan avezado como Alan Bennett.

Pasado y presente se amalgaman en las mismas páginas y secciones, y ya nos ha cogido a través del despiste. Perdemos la conexión con la historia y todos los indicadores que en general nos llevan al pasado (por ejemplo el color o la ropa, como hace en el cómic dentro del cómic). Maus no hace uso de esos códigos y símbolos, y nos desafía abiertamente a separar entre pasado y presente, entre la historia de Art y la de Vladek. Esa difuminación nos ayuda a conectar con las emociones embebidas en ambos hilos argumentales.










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