Las librerías de los museos siempre merecen la pena, pues nos agasajan con algún descubrimiento inesperado. Uno de ellos lo encontré en el Museo Thyssen-Bornemisza, que tiene una selección muy interesante con motivo de la exposición sobre El Renacimiento en Venecia (hasta el 24 de septiembre).
Se trata del libro de Juan Lamillar Notas sobre Venecia (2017). Cuatro citas abren el volumen, de las que destaco dos, una de Théophile Gautier: "Venecia, inspiradora eterna de nuestros sosiegos"; y la otra de Rainer Maria Rilke: "Esta ciudad de ensueño que, en esencia, recuerda a una escena reflejada en un espejo".
A continuación, Lamillar presenta un scrapbook de evocaciones de viajeros y residentes en Venecia junto con sus propias anotaciones fugaces, impresiones sobre los símbolos, la atmósfera, los inventos vénetos o los artistas. Pero más allá de la Venecia de la pintura de la música y de los libros, también nos lleva de visita a los cementerios, los barrios de putas, las iglesias y los museos.
"Cuadros convertidos en nuevos cuadros según nuestro gusto personal.
El cuadro escogido se divide y se multiplica. Lo que era un soneto o un
poema extenso se convierte en una galería de estrofas sueltas, en una
antología de versos aislados y certeros, memorables" (p.16)
Nos hace recomendaciones:
"... a Venecia hay que llegar en barco porque hacerlo en tren es como entrar en una casa por la escalera de servicio" (p.11), aunque si se llega en tren, como Lamillar en su primera visita de 1985, es también mágico, como dijo Juan Gil-Albert "Salir a pie llano de una estación de ferrocarril como tantas y encontrarse en una ciudad mecida en las aguas sorprende como una especie de irrealidad" (p.13)
"Propósito de no componer (dentro de lo posible) la figura del turista en Venecia. Para ello: no góndolas (...), no cafés en el Florian o en el Cuadro, no cristal de Murano (...), no máscaras (...), no vespertinos conciertos de Vivaldi en iglesias dieciochescas a cargo de inciertas orquestas de cámara que conjugan en sus nombres virtuosismo y venecialidad" (p.31)
Revisita los estereotipos de la ciudad:
Josep Pla en sus Cartas de Italia: "Navegar en góndola es como pasar una pluma de perdiz joven sobre una cucharada de jarabe de toronja" (p.17)
"Y del canto de los gondoleros a su caligrafía, ya que para Régnier son "escribas de las aguas" que inscriben "con el extremo de los largos remos, en la superficie de los canales y sobre la página fluida de la laguna, las letras de un misterioso alfabeto" (p.63)
"Una ciudad cuadrícula, donde todas las medidas, todos los acentos y todas las rimas debían ser los justos y necesarios para crear el soneto perfecto" (p.42)
Enriquece el relato con cartas y postales:
"Cuenta Pedro Salinas en una carta a Katherine Whitmore que en 1939 conoció en México a un "tipo curioso" que decía que "en Venecia todas las calles están abnegadas" y que "no se puede circular más que en glándulas" (p.79)
Tres postales desde el Lido (pp.115, 116) de François Mauriac, Ferdinand Bac y del New York Times.
... y anécdotas:
"... según Cunqueiro, fueron los venecianos, en el siglo XVII, los que enseñaron a Europa cómo tomar café y establecieron cuatro condiciones para el brebaje: "Dulce como el amor, puro como un ángel, negro como el demonio y caliente como el infierno" (p.58)
"El fuego y el agua para poner fin, para echar sombras sobre la relación entre dos novelistas: Constance Fenimore Woolson y Henry James. Algunos biógrafos sostienen que la novelista estaba enamorada del novelista, y que ese amor, al parecer imposible por la discreta homosexualidad de James, propició el suicidio de Constance en Venecia, en 1894. Por indicación de la familia, Henry James acudió a la ciudad para hacerse cargo de las pertenencias: primero quemó las cartas que él le había enviado, y luego no tuvo mejor idea para deshacerse de sus vestidos que salir en góndola al Gran Canal y arrojarlos al agua. En vez de hundirse, los vestidos flotaron alrededor de la góndola, como si fueran fantasmas de colores que revivían historias del pasado, una emboscada textil para el americano impasible" (p.87)
Más allá de los confines de Venecia, evoca en nuestra mente paralelismos con Sevilla (la crestería de la Virgen de la Concepción), con El Prado (Retrato de muchacha de Tintoretto) o con la mezquita de Córdoba entre otros.
Y siempre dejando algo para que deseemos volver, porque como dijo Umberto Eco: "Venecia es inabarcable. Siempre queda algo para ver en el próximo viaje, porque una iglesia está en restauración, un cuadro está prestado, hay una huelga de museos, por mil razones. Cada viaje significa rectificaciones, ampliaciones, asombros, consagraciones y desacralizaciones" (p.139).
Nosotros nos hacemos eco de las palabras de Luigi Goto, Il Ciego D'Adria que en 1570 hablaba de las volteretas del recuerdo y la memoria: "De este deseo de regresar a ella, que pesa sobre todos los que la abandonaron, tomó el nombre de Venetia, como si dijera a quienes la abandonaron, en un dulce ruego: Veni etiam, vuelve" (p.11). Escuchamos la petición embaucadora de la ciudad y buscamos la agenda para ver cuándo podemos volver a la Serenissima.
"Henri de Régnier: El recuerdo de Venecia deja en el espíritu como una ceniza de luz" (p.24)
"Mary McCarthy: "Venecia es una postal fracasada de sí misma" (p.25)
"Viajamos más, pero (Dice Wislawa Szymborska) "en lugar de recuerdos volvemos con fotos" (p.137)
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