Stefan Zweig (1881-1942) fue un escritor enormemente popular, tanto en su faceta de ensayista y biógrafo como en la de novelista. Destaca por su capacidad narrativa y su pericia y delicadeza en la descripción de los sentimientos. Su escritura es elegante y seductora. Engancha desde las primeras líneas.
En una entrada previa habíamos hablado de la
película Brief einer Unbekannten, y
hoy tratamos de la novela, en una edición de 2010 de Acantilado que da gusto
leer, con letra grande y márgenes amplios, además de una portada bellamente
ilustrada.
Como decía, atrapa al lector desde la primera
línea:
“Cuando
por la mañana temprano el famoso novelista R. regresó a Viena después de una
refrescante salida de tres días a la montaña, decidió comprar el periódico. Al
pasar la vista por encima de la fecha, recordó que era su cumpleaños. Cuarenta
y uno, se dijo, pero esta constatación no le agradaba ni le desagradaba. Echó
un vistazo a las crujientes páginas del periódico y se fue a su casa en un
coche de alquiler. El mayordomo le informó de dos visitas y de algunas llamadas
recibidas durante su ausencia, y le entregó el correo acumulado en una bandeja.
Él lo examinó con indolencia y abrió un par de sobres cuyos remitentes le
interesaron; vio una carta con caligrafía
desconocida y apariencia demasiado voluminosa que, en un principio, dejó de
lado. Entretanto, le sirvieron el té. Se reclinó cómodamente en la butaca,
hojeó el periódico y algunos folletos. Después encendió un cigarro y cogió la
carta a la que no había prestado atención.
Era un
pliego de unos veinticinco folios
escritos precipitadamente con letra femenina, desconocida y nerviosa; más que
una carta parecía un manuscrito” (pp.5, 6)
Y con esta introducción, nos adentramos en un
texto (breve para un libro, largo para una carta) de apenas unas 66 páginas
donde “una muerta [explica] su vida” de libros encuadernados con cartones
rotos, de espionaje por la mirilla, de amor secreto, de encuentros y esperas, de sacrificios, de rosas blancas, de deseo y
entrega.
“Muero fácilmente porque tú, desde lejos, no puedes sentirlo”
(p.64)
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