Seguro que tú también tienes esas novelas que
cambian tu vida, tu manera de ver el mundo o simplemente te llegan de una
manera más íntima. Nubosidad variable
(1992), de Carmen Martín Gaite, es para mí una de ellas.
Es doblemente especial; primero, porque fue
un regalo de mi profesora de lengua y literatura española en el instituto, Mercedes Souto, una MAESTRA de las que
marcan, de las que saben entusiasmar, motivar y despertar la curiosidad sólo
con una explicación, y a la que agradezco que, más allá de sus clases, continúe
regalándome su amistad y siga sirviéndome de inspiración.
Y en segundo lugar, porque es una novela
epistolar. Sofía Montalvo y Mariana León, amigas en el colegio, se reencuentran
después de 30 años y el recuerdo de su amistad desencadena una revolución
interior. Sofía comienza a escribir en su primer cuaderno y Mariana compone
cartas para Sofía que no echa al correo.
Os recomiendo la lectura de la novela, pues
es la historia de estas dos escrituras, pero también la reconstrucción de una
amistad en femenino, y más allá de la propia historia, la escritura en sí,
citando de la propia novela, “hace
eterna la esencia de lo fugaz” .
Os traigo un pequeño extracto (de mis
favoritos) en referencia a las cartas:
“Los
recuerdos cultivados a solas forman una madeja embarullada por dentro,
enganchada entre pinchos, llegas a no diferenciar lo que te pasó de otros
jirones descabalados procedentes de escenas callejeras o del cine; pero lo peor
es que, de tanto moverte en esa maraña, el ayer te vampiriza, te enrarece el
aire y te tapa la luz del día en que estás viviendo. Es difícil salir del tumor
del pasado dejando indemne el tejido del presente, tan delicado y frágil como
un pétalo.
Algo
parecido pasa con las cartas atrasadas, sobre todo cuando se releen
pidiéndole al texto que te provoque el mismo sobresalto y la misma emoción que
la primera vez. Intento inútil, claro. La sorpresa es como una liebre, como muy
bien sabes, y el que sale de caza nunca la verá dormir en el erial. Mi hija
Encarna dice que las cartas viejas debían llevar consignado a pie de página el
plazo de caducidad, como las medicinas. Y al año, como mucho, tirarlas, en vez
de dejar que atiborren el armario”
En entradas anteriores he planteado esta
cuestión y ya sabéis mi opinión, pero...
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