Tuesday, April 5, 2016

¿Caducan las cartas?

Seguro que tú también tienes esas novelas que cambian tu vida, tu manera de ver el mundo o simplemente te llegan de una manera más íntima. Nubosidad variable (1992), de Carmen Martín Gaite, es para mí una de ellas.

Es doblemente especial; primero, porque fue un regalo de mi profesora de lengua y literatura española en el instituto, Mercedes Souto, una MAESTRA de las que marcan, de las que saben entusiasmar, motivar y despertar la curiosidad sólo con una explicación, y a la que agradezco que, más allá de sus clases, continúe regalándome su amistad y siga sirviéndome de inspiración.

Y en segundo lugar, porque es una novela epistolar. Sofía Montalvo y Mariana León, amigas en el colegio, se reencuentran después de 30 años y el recuerdo de su amistad desencadena una revolución interior. Sofía comienza a escribir en su primer cuaderno y Mariana compone cartas para Sofía que no echa al correo.

Os recomiendo la lectura de la novela, pues es la historia de estas dos escrituras, pero también la reconstrucción de una amistad en femenino, y más allá de la propia historia, la escritura en sí, citando de la propia novela,  “hace eterna la esencia de lo fugaz” .

Os traigo un pequeño extracto (de mis favoritos) en referencia a las cartas:

“Los recuerdos cultivados a solas forman una madeja embarullada por dentro, enganchada entre pinchos, llegas a no diferenciar lo que te pasó de otros jirones descabalados procedentes de escenas callejeras o del cine; pero lo peor es que, de tanto moverte en esa maraña, el ayer te vampiriza, te enrarece el aire y te tapa la luz del día en que estás viviendo. Es difícil salir del tumor del pasado dejando indemne el tejido del presente, tan delicado y frágil como un pétalo.

Algo parecido pasa con las cartas atrasadas, sobre todo cuando se releen pidiéndole al texto que te provoque el mismo sobresalto y la misma emoción que la primera vez. Intento inútil, claro. La sorpresa es como una liebre, como muy bien sabes, y el que sale de caza nunca la verá dormir en el erial. Mi hija Encarna dice que las cartas viejas debían llevar consignado a pie de página el plazo de caducidad, como las medicinas. Y al año, como mucho, tirarlas, en vez de dejar que atiborren el armario”

En entradas anteriores he planteado esta cuestión y ya sabéis mi opinión, pero...

... y tú, ¿qué crees? ¿Deberían las cartas tener fecha de caducidad? ¿O más bien deberían transcender el momento e incluso el destinatario?

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