La primera persona que me habló de Eduardo Galeano (1940-2015) fue Matilde Cobas, que me regaló Memoria del fuego. Aparte de éste, no he leído demasiado de Galeano, sólo sus tres últimos títulos: Espejos (2008), Los hijos de los días (2011) y Mujeres (2015). Aún así, cada libro es una experiencia de aprendizaje, por su manera intensa de narrar y porque siempre hace muchísimas referencias que te llevan a tirar de muchos hilos. Por ejemplo, en Mujeres no sólo tiene relatos de iconos como Sherezade, Marilyn Monroe o Rigoberta Menchú, sino también de las olvidadas, de mujeres anónimas o colectivos como las guerreras de la revolución mexicana o las luchadoras de la comuna de París.
Coincidiendo con el aniversario de su muerte, se presenta El cazador de historias, texto que el escritor uruguayo dejó terminado antes de morir, y Babelia publica algunas de las historias que se incluyen en el volumen. Agradezco a Miro Villar el haber compartido el enlace, porque ya veréis que el relato es verdaderamente conmovedor. Para el año que viene, en nuestro proyecto, en vez de postales vamos a mandar cartas al mar, que nos queda cerquita y tienen más proyección.
La carta y la vida
En cierto día de octubre de cada año, sonaba el teléfono en la casa de Mirta Colángelo:
- Hola, Mirta. Soy Jorge Pérez. Ya te imaginás por qué te llamo.
Hoy hace dieciséis años que encontré aquella botella. Te llamo, como siempre, para celebrarlo.
Jorge había perdido el empleo y las ganas de vivir, y andaba caminando su desdicha entre las rocas de Puerto Rosales, cuando encontró una de esas naves de flota que los alumnos de Mirta arrojaban, cada año, a la mar. Dentro de cada botella, había una carta.
En la botella que encontró Jorge, la carta, muy mojada pero todavía legible, decía:
- Me llamo Martín. Tengo ocho anios. Busco un amigo por los caminos del agua.
Jorge la leyó y esa carta le devolvió la vida.
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